viernes, 3 de agosto de 2018

Renuncié a mi trabajo

Tengo muy pocos recuerdos claros de mi niñez, pero hay algo que mantengo intacto: el momento en que decidí hacia dónde se dirigiría mi vida.


Cuando tenía siete años, la maestra de segundo de primaria nos pidió de trabajo que hiciéramos un dibujo y escribiéramos qué queríamos ser cuando fuésemos grandes. Fue antes del recreo, lo recuerdo muy bien, porque yo fui de las últimas en salir, sino es que la última. Me angustié mil. Mientras mis compañeros escribían que querían ser policías, doctoras, conductores de autobús o tráilers o cocineros, yo no tenía ni idea. Miré de reojo a mi compañero de al lado y vi que estaba dibujándose a sí mismo como un futbolista.
-¿Por qué dibujas eso?- le pregunté. Él sin mirarme contestó.
-Porque me gusta jugar fútbol-

Bien fácil que era el trabajo pero yo estaba agobiada porque no sabía para qué era buena ni tampoco tenía mucha idea de lo que me gustaba. Me gustaban muchas cosas, me era muy difícil escoger de entre tanta gama de posibilidades mi futuro lejano.
Me quedé en blanco durante bastante rato, pensando que quizás podría ser buena "doctora de animales" porque siempre me han gustado más los animales que estar entre personas, pensé que quizás ser maestra, o diseñadora de modas porque me gustaba mucho dibujar. Quizás hasta atleta, porque soy muy buena en los deportes. O científica, pues se me da eso de investigar y hacerme preguntas raras.

Pero la inquietante verdad del tiempo me cayó sobre los hombros como un peso muerto. ¿De verdad estaba dispuesta a pasar toda mi vida... HACIENDO ESO?

No.

Me aburría luego de un tiempo.


La maestra, en el escritorio y sin poder salir a desayunar porque yo aún seguía en mi lugar, me lanzaba miradas inquietas y frustradas.

-¿Ya terminaste, Mariana?-
-No-
-Date prisa porque ya es el recreo-

No había nada que me gustara lo suficiente como para dedicar mi vida a ello. Me dieron ganas de llorar. Quizás ni siquiera tenía futuro y esta señora me estaba obligando a mí misma a enfrentarme con una realidad que tal vez ni siquiera pudiera llegar a tener.

No había nada que me gustara lo suficiente, no había nada que me hiciera lo suficientemente feliz...


Ese día la maestra se desesperó tanto que me lo dejó de tarea y las dos salimos al patio, casi a medio recreo. Yo estaba hasta mareada de tanto pensar y de haberme pasado mi hora del almuerzo. Caminé toda desanimada a un rincón de la escuela y me senté en  una jardinera.

Veía a los niños jugar y veía que ellos los tenía sin cuidado mi crisis existencial.
¿Qué iba a hacer cuando fuera grande?

Todos me llamarían floja como le pasaba a Tom Sawyer, el niño del libro que por aquel entonces estaba leyendo.
Y fue como si una flamita se encendiera dentro de mi corazón, lo suficientemente ardiente y fuerte como para quemar el frío de la incertidumbre y las dudas.
Eso iba a hacer.

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Me iba a dedicar el resto de mi vida a crear personajes y escribir sus aventuras. Me iba a dedicar el resto de mi vida a contar la historia de personas que no existen.
Me iba a dedicar toda mi vida a hacer que las personas se sintieran como yo me sentía cuando leía un libro: Menos solas. Más acompañadas. Más vivas.


Así que esa misma tarde les dije a mis papás que iba a ser escritora cuando fuera grande.


A partir de ello fueron situaciones incómodas, levantamientos de cejas y la típica frase implícita "te vas a morir de hambre".

A mis tiernos siete años poco me importaba lo que otros tenían que decir de mi vida y de mis decisiones.
Llegué a mi casa, prendí la computadora dinosaurio que tenía de escritorio entonces en mi casa y escribí de lleno. En pocos días terminé una novela de treinta y siete hojas a la que titulé "Todo en la vida es desgracia" (PORQUE DESDE MUY PEQUEÑA ERA SÚPER EMO, ¡¿¿CÓMO ES QUE MIS PADRES LO DEJARON PASAR COMO SI NADA????)

Desde ese momento, una enorme paz se abrió paso dentro de mí y la flama creció. De ser una flamita frágil, se volvió lumbre, fuego abrasador que arrasaba con todo en mi interior. Era tan fuerte el fuego que sentía que me mantuvo viva y cuerda por mucho tiempo; Me dejé consumir y las dudas y el miedo se transformaron en cenizas.

Me enamoré perdidamente del acto de escribir. De abrir mi cabeza y mi ser, desgarraba mis órganos, mi piel, mi consciente e inconsciente, y plasmaba todo aquello que nacía dentro de mí en hojas de máquina blancas, en libretas, en archivos de word. En donde pudiera escribir, en servilletas, en la app de notas de mi celular, en mis libros de texto gratuito que en mis escuelas privadas jamás usábamos, escribía, a la hora que fuera.
Escribía muchas cosas.

Escribía novelas, escribía poemas. Escribía revistas, escribía columnas, escribía canciones. Escribía cartas, escribía monólogos y obras de teatro. Escribía y diseñaba historietas, folletos.

Cualquier tipo de expresión que pudiera encontrar, yo la tomaba y contaba una historia.


Ése era el único camino para mí, porque es lo que más amo.

Me dediqué durante mi niñez y adolescencia a perfeccionar lo que más me gustaba hacer y como dije, escribí un montón de cosas. Sentía que nada podía detenerme, que iba como flecha, si bien, quizás no a la fama, sí al éxito. Mi éxito, que consistía -y aún consiste- en que alguien pueda sentirse menos solo leyendo algo escrito por mí.

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No sé en qué punto me perdí.


Crecí y las críticas me seguían lloviendo. De parte de mi familia, de parte de mis compañeros, de parte de todos. Pocos fueron los que realmente sonrieron y depositaron su fe en mí. Todos los demás se dedicaron a sembrar dudas:
Que si las cuentas, que si el dinero, que si el trabajo, que si lo difícil e imposible que es, que si eres mujer, Mariana y en la literatura nadie quiere a las mujeres, que si esto, que si lo otro.

Crecí y empecé a escuchar a los demás. Creo que ahora que lo pienso, es la parte de crecer que más me ha cagado. Que me empezó a importar lo que otros decían de mí, como si ellos tuvieran algún tipo de poder en mis decisiones. Dejé de escucharme a mí misma para complacer a los demás.


Así que para cuando terminé la prepa, me vi obligada a tomar una carrera que nunca fue mi plan. Y luego conseguí un trabajo porque, pues, eso era lo que le seguía.


La flama, que una vez fue fuego vivo, rojo, ardiente e indomable, se volvió una lucecita apenas visible, que se iba extinguiendo con tantas negativas que me daba a mí misma.

Leer no era suficiente. Imaginar que salía de aquí y podría escribir, dentro de tres años más, me estaba matando. No había salida. Fui muy infeliz.

Tenía un ingreso "estable", y trabajo, quehacer diario. Los niños me llenaban de abrazos, y cálidas muestras de afecto.
Y sin embargo, cada noche llegaba tan exhausta, conteniendo el llanto, y me emborrachaba. Silencié esa parte de mí que me decía que tenía que salir de ahí, simplemente porque tenía miedo.

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A los siete años no me daba nada miedo, más que los fantasmas y la violencia armada.

Ahora tengo veintitrés años y sigo teniendo miedo a los fantasmas y a la violencia armada. También tengo miedo de sentirme sola el resto de mi vida, de quedarme sola o de aceptar a alguien horrible por temor a la soledad. Tengo miedo de volverme en realidad farmacodependiente, tengo miedo de que mi alcoholismo crezca. Tengo miedo de fracasar, tengo miedo de haberme equivocado.

¿Pero saben qué?

Tengo más miedo de morirme y darme cuenta que desperdicié mi vida por el miedo.




Y al contrario de lo que se puede decir de mí, que soy holgazana, desorganizada y se me hace fácil todo, cosas que son muy correctas, también quisiera aclarar que estoy aterrada.

Pero tengo más ganas que miedo.


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No puedo seguir fingiendo ser algo que no soy.
No puedo seguir negando algo que soy, desde que tengo consciencia.
No puedo seguir poniendo las complacencias de los demás sobre las propias.

Y ya sé que es muy ingenuo, ya los puedo escuchar decir "Marianita, te vas a morir de hambre,  necesitas un trabajo estable, sólo los escritores consagrados les va bien" y toda esa otra mierda muy real que me han dicho.

Estoy consciente de que va a ser muy difícil, estoy consciente de que me las estoy jugando, estoy consciente de que el mundo es un lugar grande y horrible. Estoy consciente de que tengo veintitrés años y muy poca formación en escribir, más que los años que he pasado escribiendo y lo que he leído desde que tenía cuatro años.
Estoy consciente de que no puedo pagar mis deudas con sueños y esperanzas. Estoy consciente de estoy metiéndome de cabeza a un mundo arrogante, misógino, elitista y facho como no hay idea. Estoy consciente de que voy a tener que ir sola y que aún soy muy joven y tengo muchos fantasmas por derrotar.

Estoy consciente de todo, estoy consciente.



También estoy consciente que desde los siete años supe adónde se dirigía mi vida, que es el llamado que Diosita me dio y al que no puedo seguir ignorando.

También estoy consciente de todos aquellos que me han aterrado con sus prejuicios estúpidos cuando crecía y estoy consciente de aquellos que siempre me apoyaron, que siempre me dijeron que escribiera, que sólo me enfocara en eso.

Estoy consciente de lo que soy, de quién soy, y de que me voy a morir.

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Y sé que es muy ingenuo pensar como pienso, pero es la verdad: Prefiero morirme de hambre, prefiero intentarlo y fracasar que irme a la tumba lamentándome por dentro nunca haber alcanzado nada de lo que deseaba por miedo al fracaso.


Si fracaso, fracasaré como una grande, haciendo lo que más amo.

Y si triunfo, triunfaré como una grande, haciendo lo que más amo.




Y ya basta de tenerle miedo a todo. Ni que fueran Pennywise alv.



Pd:

Agradezco su preocupación. No agradezco sus comentarios invasivos y consejos no solicitados. Si no te pido tu opinión es porque en verdad no me importa en absoluto.

Paz y amor <3


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