sábado, 29 de septiembre de 2018

Salvar a alguien

Fue una tarde de abril, lo recuerdo. Ya había regresado a trabajar, así que probablemente era finales del mes. Recibí un mensaje, frío y directo, sin muchos detalles, diciéndome que mi amiga se había suicidado un par de días atrás.
Lo miré dos veces y contesté el mensaje. Era su novia y no me quiso/pudo dar más información. Me pidió hablar con la hermana de mi amiga, a quién le llamé varias veces pero me bloqueó. Me quedé en silencio, esperando más noticias.
Silencio por varios días, incertidumbre y miedo y luego, la inevitable confirmación de la realidad... Se había ido.

De veras se había suicidado.





Todo este tiempo, el luto por el que estoy atravesando, las borracheras y el llanto, las rupturas, la herida de mi corazón palpitante y el silencio del dolor y el frío que me cobijan cada noche me recuerdan una premisa que toda mi vida he intentado ignorar:

Nadie puede salvar a quién no quiere ser salvado.

Y fue así como llegué a la conclusión de que nadie me va a salvar a mí porque no quiero que lo hagan.
A lo largo de mi vida he tenido pequeñas revelaciones que me permiten entender y darle un sentido a mi final. Nadie me puede salvar.

Me voy a morir.

Yo me voy a morir por mi propia mano. Yo solita me conduciré a mi propia muerte, lo sé, lo siento en mi sangre y es algo que no puedo ignorar.
Es algo que puedo augurar con extrema facilidad porque, a diferencia de mucha gente que conozco, la vida no es para mí.


Creo que la vida no es para todos, y a mí como a esas personas, no se me da vivir. No se me da esto de estar bajo mi piel, de estar dentro de este cuerpo. No entiendo casi nada de lo que sucede y sin embargo, me veo obligada a sonreír y fingir que sé que estoy haciendo.
Lo único que para mí tenía sentido era cuando escribía y ahora, tiene tiempo, que ya ni eso sé hacer.


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He pasado mucho tiempo de mi vida queriendo e intentando salvar a los demás. Quiero salvarlos, a cada una de las personas cuyos corazones se han sincronizado con el mío, lo primero que noto en ellas son sus alas rotas, la herida en su alma con el fulgor resplandeciente y terriblemente doloroso. Quiero salvarlos, ¿y qué hago para hacerlos? Me arranco pedazos de mí, porque para variar, no tengo mucha autoestima, y se los ofrezco a ellos. Remiendo sus rupturas con hilos de mi ser.

¿Está mal?


Uy, es terrible, no sé por dónde voy a empezar para justificarme, porque sé lo horrible que es esto para mí y para la otra persona. No puedo llenar vacíos ajenos, por mucho que lo intento y créanme, lo he intentado bastante.


He querido salvar a mis amigos de aquella primera infancia, aquellos ignorados por sus padres y olvidados por el sistema, empobrecidos, sin oportunidades. He querido salvar a mis amigos en lo que es ahora mi juventud, aquellos arrastrados en contra de su voluntad por el sistema que los mata, aquellos que han caído en un agujero de negro de adicciones, aquellos que no quieren ver por dónde pisan porque les da miedo caer, aquellos que prefieren pegarse un tiro por la boca que renunciar a lo que ya conocen. He querido salvar a mis amantes, a las parejas en turno, de sus demonios internos, de sus familiares venenosos, de sus batallas contra las adicciones, sus tristezas, de sí mismxs a veces...



A veces se ha podido, a veces no. 



Me molesta, sin embargo, que alguien quiera salvarme. No pueden. Nadie puede. Ni siquiera la persona con más poder sobre mí, que soy yo misma, puedo convencerme de que la vida sí es para mí, y que estoy en mi lugar y que puedo moverme a donde quiera.

El problema no es ese. El problema de no saber qué quiero es que me doy cuenta de que no quiero nada. No puedo seguir viviendo por algo que no existe, que no hay. 

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Pienso mucho en eso, y a pesar de que estoy aceptando este suceso y me está costando litros de sangre componer mi corazón devastado por la tragedia del suicidio de mi amiga y la ruptura con el hombre al que amé por cuatro años, intento mantenerme en un terreno neutro.

Hasta ayer, que salí con A.




Los dos estábamos sentados en nuestro parque especial y mientras tomábamos una cerveza -bueno, él, yo estaba tomando otra cosa-, platicamos como siempre de muchas cosas. Casi siempre de cosas muy tristes.

Me provoca bastante darme cuenta que el tipo está roto, quizás más que yo, por dentro. Se encuentra en un punto de insensibilidad, un punto de muerte interna muy superior al que yo alguna vez conocí. Lo miré a los ojos y vi en los suyos una luz extinguirse cuando dijo que en el pasado lo habían lastimado mucho. El dolor en su voz revivió esa espinita dentro de mí y lo que hice luego me pareció lo correcto.
Abrazó mis piernas, que estaban sobre las suyas, y luego yo me recargué en su espalda y así, en esa incómoda posición, sentí mi corazón latir a un ritmo apresurado y luego fue como si el pensamiento se encendiera en fuego dentro de mi cerebro.



No creo que pueda salvarlo, pero aún así lo voy a intentar. 



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En cuanto a mí, es tiempo de que acepte mi destino y sea honesta con las personas. No hay manera de salvarme porque no quiero que lo hagan. 


La vida no es para todos, creo que no es para mí y está bien.







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