domingo, 25 de noviembre de 2018

Lo que aprendes de los malos amigos

Hace unos días, me encontré a mí misma leyendo mi blog de los últimos meses hasta que me dieron las tres y media de la madrugada. No sé por qué. Releo mucho lo que escribo porque así encuentro muchos errores, que quizás en el momento no corrijo, pero que me ayudan a no cometerlos después. También, me gusta ver cómo han cambiado las cosas en mi vida.

Leer lo que escribía antes y compararlo a lo que vivo el día de hoy: Lo mucho que me estresaba el trabajo, y la angustia apabullante que me ahogaba cada noche porque vivía con alguien que me había hecho mucho daño y a quién yo amaba un montón. Leer lo mucho que me emborrachaba, por las razones incorrectas (Aún intento ver si existe alguna razón coherente para emborracharse tanto), la necesidad que sentía de tomar alcohol para poder dormir bien y que si bien, mi consumo no ha disminuido tanto como una desearía, por lo menos ya no lo ocupo en las noches. 
Leer lo muy feliz que estaba con el mimors, y luego nuestra separación. Leer lo que viví y sentí y pensé en esos meses de silencio y compararlo con el día de hoy. Pensar en cómo a pesar de eso lo sigo amando y él me sigue amando y seguimos aquí, a pesar de todo.

Leer los amigos que había hecho en el año, los que me habían descubierto, los que había conocido por otros. Leer lo que pensaba de ellos, lo mucho que significaban para mí y que ahora pienso que si me los encuentro seguro serían extraños. 
Amigos que quisieron conocerme, quisieron quererme y al final me lastimaron, de alguna u otra manera.


Pienso mucho en eso.


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No he tenido muchas ganas de escribir de ello, porque la verdad sea dicha, me agüito mucho. Volteo hacia atrás y si bien, no me "arrepiento", lo que sí siento es algo de confusión y vergüenza dentro de mi corazón.
¿Por qué nunca aprendo? 





Créanme, tengo un largo historial de amigos terribles. Desde lo más superficial y básico, amigos que hablaron mal de mí, que se burlaban de mí a mis espaldas, hasta lo más complejo, amigos que me agredían de manera sexual y/o emocional.
Amigos que decían quererme por lo que soy pero apenas les era un inconveniente, me pedían que cambiara, que dejara de ser lo que soy.





Yo sé que disto mucho de ser la amiga perfecta. Yo sé que a veces es muy complejo convivir conmigo, yo sé el gran reto que represento. Sé que soy diferente y sé que no me explico bien, que a veces ni yo misma sé lo que estoy diciendo o haciendo o a qué vengo. 
Yo lo sé.
Sé lo dependiente que puedo ser, sé lo necesitada de atención, sé lo egocéntrica y difícil que soy.

Estoy consciente de mis defectos y limitaciones y todo eso.

Pero, si algo les puedo entregar al cien de mí, es la honestidad. Y es lo único que pido a cambio. Que sean pinches honestos conmigo y lo cierto es que rara es la persona que lo es, que decide corresponderme en eso.


Me siento muy vulnerada por ser honesta con ellos y que ellos no lo sean, porque quieren tomar ventaja de mí.

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Y me mienten en la cara, porque esconder las intenciones es mENTIR.

Me mienten y creen que pueden verme la cara de tonta. Que van a salir con ese hombre divorciado de treinta y cinco años que me interesaba cuando estudiaba, que lo harán las veces que quieran y que después pueden venirme a dar sus excusas, como si yo tuviera alguna obligación de creerlas. Como si supieran que me voy a aferrar a la primera prueba de bondad y humanidad que me presenten.

Como si mi amistad valiera eso, una aventura con un hombre.

Creen que pueden usarme a mí como escalón para llegar a la popularidad. Que los chismes que riegan a mi espalda les dará credibilidad, hará que otros quieran oírlos porque ¿Qué otra cosa es más fascinante que escuchar chismes de las vidas ajenas? ¿De la vida de la morra rara que se queda sentada en un rincón del patio de la prepa leyendo algún libro sin dibujos?

Como si mi amistad valiera eso, un chisme para aumentar su fama.

Creen que está bien ponerme las manos encima, querer subirme la falda, forcejear conmigo porque quieren meter las manos bajo mi blusa. Como si sus impulsos, sus deseos, sus ganas de hacerme daño estuvieran justificadas por el exceso del alcohol, como si pudieran escudarse en mis sentimientos hacia ellos de años atrás. Porque saben que estamos en una fiesta, con amigos en común, y saben que están a salvo. Y yo no estoy a salvo, porque nadie lo cree. Nadie cree lo que está viendo frente a ellos: Nadie cree que el amigo homosexual quiere tocar sexualmente a la amiga.

Como si mi amistad valiera eso, un "te perdono porque estabas borracho".


Acercarse a mí porque soy novia de X, Y o Z, porque quieres ver quién soy, cómo soy, y por qué soy novia de alguien. No porque quieres conocerme a mí, sino porque quieres saber qué está pasando. Es fácil de adivinar en qué va a acabar esto, sobre todo cuando admites la responsabilidad de tus sentimientos. Pero te creí cuando dijiste que me querías mucho, cuando me abrazabas con fuerza. Supongo que algo igual no estaba bien, porque me hacías sentir culpable de mis necesidades, mis pensamientos, lo que soy yo. Por el bien de esto preferí regresar al silencio, quedarme callada, ya sabes, "actuar como adulto" porque soy adulta y no está bien necesitar ayuda, ¿Verdad? Quizás si me dedicara más a ir a rehabilitación y así, en vez de quejarme, algo mejoraría. Quizás sería mejor si simplemente me cortara el cuello con el cuchillo más grueso de mi cocina, en vez de sólo lloriquear. Quizás sería mejor para ti, y para mí y para todos.

Como si mi amistad valiera eso, el morbo de mis relaciones, el morbo de mi muerte, el morbo de lo que hago, y con quién lo hago y el morbo de lo que siento en realidad.

Subirse a mi cama para intentar besarme, intentar convencerme de dejar que me toques, porque a final de cuentas no importa quién está en medio de la cama y de nosotros. No importa en qué lugar esté yo, qué tan roto está mi corazón, que tan triste me siento y que tan desesperada me encuentro como para aceptar la primera mano que me ofrezca una ruta de escape.
No importa quién seas tú, quién sea yo, quién sea ella, quién sea él. Qué ciudad es esta, qué condiciones son estas, qué mes es.


No importa.

Como si mi amistad valiera eso, un revolcón y ya.

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Y yo lo único que quiero es que sean honestos conmigo. Porque ni los perdono porque no me lo han pedido, y tampoco los olvido porque no se han ido.
Hasta para eso hay que ser tan hijos del patriarcado, fíjense. Y pienso mucho en ello porque me acuerdo de mi amiga Paula, que se suicidó en abril, y me acuerdo de Karli, que estuvimos separadas un año por culpa de terceros, y me acuerdo de Fany y de Yazmin y de Jazmin y de Diego y de Ángel y de Diian y de Memo y de Roberto y de Dani y de todos los que alguna vez han sido mis amigos.
Pienso en Dianita, en Carlos y en José. Pienso en Diego Farrel y también pienso en Ingrid. Pienso mucho en Marian también.

Pienso en el mimors.

Pienso en lo que viví hace unos meses, en lo que sentía en ese entonces, cuando no sabía bien de qué iba todo este asunto. Pienso en los diez años que llevo conociendo a todas estas personas, que han querido quedarse conmigo.



 Pienso en los malos amigos y siento que se me desinfla el corazón, de puro desencanto y decepción. ¿Soy muy ingenua? ¿Estoy tan desesperada por hallarle el lado bueno a todos porque estoy horrorizada de la situación actual del mundo?

Pero algo que puedo asegurar es que los malos amigos me han enseñado a reconocer a los buenos, a saber valorarlos, y también que no porque alguien diga tener buenas intenciones conmigo lo hace verdad.
Pienso en lo mucho que he llorado por todo esto y también me doy cuenta de lo mucho que he crecido.


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Pero aprender a putazos no está padre. No lo hagan. No sean malos amigos.

Ojalá fueran lo suficientemente buenos maestros como para enseñar sin herir.




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