Había empezado a escribir esta entrada desde temprano, con otro enfoque totalmente. Pensaba escribir sobre cómo mi vida está marcada por la muerte -como capítulo trágico de la Rosa de Guadalupe- y sobre cómo he sobrevivido a las muertes de algunas de las personas más importantes y que más he amado desde que nací, pero no llevaba ni quince minutos cuando una necesidad, casi biológica, había nacido en mi vientre y estuve a nada, NADITA, de tirarme por una ventana.
Qué manía la mía de buscar razones para entristecerme, en verdad. No necesito hacer esa mierda ya.
Quería recordar la buena memoria de Gerardo, de mi tía Silvia, de mis abuelos, de mis primos, y de más recientemente, mi amiga quién se quitó la vida en abril de este año. A veces creo que la única manera que tengo de inmortalizar a los demás es a través de este blog y realmente no. Ayer prendí una vela y estuve vagando por los panteones como fantasma errante. Dibujé mi admiración por ellos y cada momento que tengo consciente me gusta agradecerles en silencio todo lo que hicieron por mí y recordarles que siguen conmigo tanto como dure mi vida...
No voy a deprimir a nadie. No quiero deprimirme a mí misma -no es tan difícil, a decir verdad- En vez de pasar otrA NOCHE LLORANDO POR COSAS QUE NO ESTÁN EN MI CONTROL, decidí contarles algo que a mucha gente le causa curiosidad.
Estoy segura que ni el 30% de los que vayan a leer esto me creerán, pienso que ni yo misma lo hago, pero pues es la verdad. Como todo en este blog, es mi verdad y aquí vengo a ventilar todos los tornillos que me hacen falta.
Todo comienza cuando en Agosto de este año empiezo una clase de creación literaria. Por fin le pinté dedo a mi ansiedad y síndrome de impostor y me decidí a dejar que otros -profesionales- me lean y me critiquen. Sólo así puedo crecer como escritora. La primera clase oficial, llevé un cuento pequeño. El profe había dicho que lleváramos cosas cortas, no inicios de novelas o melodramas o lo que sea.
Cuando yo terminé de escribir ese cuento, un par de horas antes de mi clase, me di cuenta de que eran cinco hojas de largo. Muy largo para un cuento. Hice lo que hago normalmente: Achiqué la letra y le quité espacio a los párrafos pero seguía igual. Tuve que editarlo y al final quedó de dos. Bueno, algo era algo.
El cuento era sobre fantasmas. Ya saben, la típica historia de escuela. Un fantasma se aparece en los baños de las niñas. Nada del otro mundo, pensé yo, es una historia que he escuchado durante gran parte de mi vida.
Gustó tanto el cuento que mi profe se quedó con la copia que le di. Con el tiempo, tanto mi profe como mis compañeros se dieron cuenta que tengo "facilidad" (vamos a decirlo así, me da ñáñaras decir otra cosa) para escribir historias de terror.
Un día, un compañero hizo el siguiente comentario sobre mí:
-Ay, sí, pero ella no ha visto fantasmas-
Pues, de hecho sí.
Soy buena contando cosas que he vivido, he visto y me han pasado, creo yo. Me es difícil imaginarme situaciones que no conOZCO por obvios motivos. Toda mi habilidad viene de mi vida. Claro, tiene que ver que empecé a escribir novelitas y cuentos y cositas desde los siete años, pero también tiene mucho que ver lo que he vivido.
Lo que he visto, siendo más precisa.
Nunca había pasado de sentirme rara, asustada, incómoda en lugares que no conocía. Escuchar voces en el viento, como susurros, decir cosas raras o palabras sueltas. Sentir frío subir o descender por mi columna.
Lo normal, supongo, que te pasa cuando viste El Espinazo del Diablo a los seis años y así.
Pero cuando tenía quince años y había concluido el primer semestre de la preparatoria, ocurrió algo que hasta la fecha no he podido encontrar explicación.
Esa noche, tras haber pasado una tarde entera con mis amigas, me bañé y me fui a dormir como era habitual. No sé cómo me desperté pero a mitad de la madrugada, mientras cambiaba de posición en la cama, lo vi. Era un niño, estaba de pie en una esquina de mi cama. Ahí, de pie. Como si fuera humano, con la oscuridad sobre él y la luz de la luna iluminándolo un poco. Recuerdo que tenía unos ojos extraños, como verdes pero como si el color estuviera deslavado... y la piel... Eso no era humano.
Obviamente que mi primer impulso fue pararme y gritar y salir corriendo alv, pero estaba tan sorprendida, tan asustada, que no me podía mover. Lo único que se me ocurrió fue taparme enteramente y rezarle a Diosita para que me ayudara, costumbre entre hijos de escuela católica amantes del cine de terror. Al amanecer pensé que sólo había sido una pesadilla, producto de haber visto Insidious con mi mejor amiga un día anterior. No le dije a nadie.
La siguiente noche fue igual, y la siguiente y la siguiente y las siguientes dos semanas fueron así. Llegué a un punto en que estaba tan desesperada que le dije a mis papás, quiénes levantaron una ceja y cuestionaron -OBVIAMENTE- mi gusto por el cine de miedo y las novelas de terror. Como si estas "pesadillas" fueran producto de. En absoluto lo eran.
Continuaron las apariciones. El niño no decía nada, y con el tiempo, le perdí el miedo. Ya no me asustaba, no es como que antes me hubiera sentido amenazada, pero me acostumbré. Aún así me sacaba mucho de onda porque no sabía quién era, qué quería de mí, qué me iba a hacer.
Dejé de dormir por las noches y me ponía a ver la tele o hacer otras cosas. Apenas salía el sol, yo me dormía, sintiéndome segura entre la luz. Dormía en mi casa y dormía en casas ajenas, sólo en cuartos donde hubiera más personas.
Mis padres se empezaron a preocupar mucho y me llevaron a una iglesia, con un padre, para que me ayudara. El padrecito no me creyó, como es obvio, e hizo que me confesara, comulgara y rezara siete aves marías.
El niño seguía apareciendo.
Luego me llevaron a una iglesia cristiana -tengo parientes cristianos-, quiénes me "oraron". Pusieron sus manos encima de mi cabeza y entre cuatro personas oraron a Diosita por mí.
El niño no se fue.
Estaba al borde de una paranoia terrible. Todo el tiempo estaba cansada, nerviosa y enojada. Escribía un montón pero nada me aliviaba. Estaba segura de que nadie me creía, yo tampoco me creía. "A lo mejor sí tengo esquizofrenia" o cosas así me decía - Todavía me lo pregunto, sólo así explicaría mi amor por escribir y tanta mafufada que me toca experimentar-
Total que mi mamá me llevó con una de sus amigas, que es como bruja buena. Bueno, ya saben, de esas que hacen limpias y así. Se sentó conmigo y me empezó a hacer preguntas: Que qué veía, qué sentía, si le hablaba o no, qué hacía yo para detenerlo o para llamarlo, chalalá. Contesté todo lo más honesta que pude.
Luego de hacerme una limpia con un huevo y plantas, y después de romperlo frente a mí, lo "leyó". Me dijo que al parecer el niño era alguien que se había perdido en el camino y que como yo soy un ser de luz -lol-, creyó que era su mamá y por eso estaba ahí.
Me hizo otra limpia con flores, me dio una botellita de agua bendita y me dijo que la pusiera bajo la cama. Me dijo algo que hasta la fecha me acompaña: Mientras no te haga sentir miedo, vas a estar bien.
El niño jamás me aterró, no como otras veces he sentido miedo, más bien me sacaba mucho de onda verlo ahí a mitad de la noche, y pues pensarlo me daba terror por razones lógicas.
No creía en fantasmas, no importaba lo mucho que me gustaban las pelis de terror. No me daba miedo lo muerto, lo que no veía.
Al final, hice todo lo que ella me dijo y así como lo predijo, desapareció. Así, de un día para otro, pude dormir bien y no lo vi...
Más o menos, cuatro años después, cuando tenía diecinueve, se apareció nuevamente pero ahora en el cuarto de mis papás, que era donde yo dormía esa noche porque tenía casi cuarenta grados de fiebre. Lo vi de pie. Me estaba mirando y esta vez puedo asegurarles que no me asusté en absoluto. Quizás por la fiebre que me sentía súper fatal y no tenía energía para nada más. Al día siguiente ya estaba en mi temperatura normal y el niño no volvió a parecer, al menos no hasta el día de hoy...
No sé quién era, no sé qué quería. No sé qué pasó. No sé qué me pasó, qué me rompí o qué puerta abrí para que esto me sucediera.
Siempre he sido una persona sensible a muchas cosas. Sensible af. Pero jamás había vivido algo tan cercano.
A partir de ello, como que se destaparon mis sentidos, porque ahora las cosas que puedo ver o atestiguar son casi igual de cercanas, y se sienten tan reales que neta les digo, espantan un buen.
Veo rostros en las ventanas de los carros y las casas. Escucho voces en las escaleras eléctricas, en los baños públicos. Siento frío, mucho. Y veo cosas, muertos, fantasmas, espíritus, entes, como sea que les llamen, con formas humanas, caminando entre nosotros. Escucho sus gritos de desesperación, de miedo, de dolor.
Los veo subiendo a los camiones, los veo saliendo de los estacionamientos, los veo colgados de árboles, o en las entradas de las tiendas.
Cuando mi vida no es otro sitcom de tragicomedia de MTV, es una película de terror dirigida por James Wan. A veces está buenísima para escribir, a veces me da tanto miedo que no puedo dormir madrugadas enteras.
¿Alguna vez me ha pasado algo al aspecto físico? Diablos, sí. Cuando estuve trabajando de maestra, en la casa donde vivía en Dolores Hidalgo, me arañaron la espalda los hijos del infierno alv. Una vez me tiraron un libro en la cara y me tuve que poner una curita en la barbilla para que no se viera el moretón. Nada muy grave, ahora que lo pienso.
O sea, no es como que alguien, un fantasma o lo que sea, me haya perseguido con un cuchillo. Pues no alv, yo creo que saben que no correría porque ya me quiero morir.
En fin.
A veces pienso mucho en eso y me pregunto si HICE ALGO MAL PARA MERECERLO, pero lo comparo, por ejemplo, con el acoso callejero que vivimos las mujeres en este país y la verdad es que prefiero a los muertos chingándome que a los onbrez.
Es una historia larga, y como esa, tengo varias más, pero como ya expliqué antes, siento que nadie me cree porque cuando me suceden, ni yo misma lo creo. Prefiero echarle la culpa a mi salud mental o a mi gusto por Stephen King o a lo que sea menos a lo que puede ser. Qué miedo.
No jueguen con las fuerzas oscuras, amigos. O si sí, me invitan.
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